CAPITULO VI: EL VIAJE
Hemos querido cerrar el blog con un último capítulo dedicado al viaje de luna de miel, porque ya es un acontecimiento que casi forma parte de la propia boda.
Lo que más nos gusta en el mundo es viajar, por eso fue tan difícil elegir destino ya que todos nos gustaban y no sabíamos por cual decidirnos…Qué si Japón, que si Indonesia, que sí Rusia….
Al final optamos por la costa oeste americana. Carlos es un gran aficionado al cine y no quería dejar pasar la oportunidad de visitar aquellos escenarios naturales y postales que las películas han dejado grabadas en nuestra memoria.Lo reservamos en la agencia viajes Sursol y el tour pertenecía a Catai. Volamos con Iberia y American Airlines. Todo fue sensacional y os recomendamos que os hagáis siempre un seguro de viaje.
Los Ángeles
Quizás fue la gran decepción, especialmente el paseo de la fama de Hollywood ya que en la realidad y sin la magia del cine pierde bastante glamur, o al menos esa fue la impresión que nos dio a plena luz del día. Disfrutamos algo más del paseo por Beverly Hills donde nos sorprendió lo accesibles que eran algunas de las mansiones que esperábamos encontrar ocultas tras un gran muro de piedra.
Lo mejor sin duda la visita a las playas de Santa Mónica y especialmente Venice Beach en la que encontramos un espectacular ambiente con skaters, surferos, canchas de baloncesto y muchos otros deportes que los estadounidenses suelen practicar junto a la arena.
Para finalizar el día tuvimos la oportunidad de subir a la última planta de uno de los rascacielos más altos del Downtown angelino con unas vistas nocturnas inmejorables.
Las Vegas
Salimos de Los Ángeles y nos introducimos en el desierto Mojave. Tras varias horas atravesando el desierto abandonamos el estado de California y nos adentramos en el estado de Nevada cuya capital es Las Vegas. Al llegar allí nos recibió un calor infernal. Pasamos unas cuantas horas resguardados mientras visitábamos las instalaciones de nuestro hotel, porque hay que decir que los hoteles-casinos de Las Vegas son como pequeñas ciudades (en concreto el nuestro tenía más de 4.400 habitaciones) y cuando comenzó a caer el sol salimos al fin a la calle para intentar dar un paseo pese a que la temperatura aún superaba los 35 grados.
Nos habían dicho que Las Vegas no nos iba a gustar porque no era una ciudad auténtica sino mas bien un decorado, pero nosotros alucinamos porque en Europa no habíamos visto algo igual: Enormes casinos-hoteles, cada uno tematizado con un motivo diferente (París, Nueva York, Venecia, La edad media, el antiguo Egipto…) con todo tipo de lujos en su interior, interminables pantallas y luces para captar la atención del viandante, espectaculares fuentes que bailaban al ritmo de la música, montañas rusas que rodeaban los casinos…
En nuestra segunda noche en la ciudad del vicio tuvimos la oportunidad de visitar el Downtown, o el centro antiguo donde se originó Las Vegas, que aunque no contaba con el glamour y amplitud del Bulevard de los casinos nos sorprendió por el gran ambiente que acogía y por la cantidad de gente disfrazada que encontramos intentando ganarse la vida.
El Gran Cañon del río Colorado
Era el tercer día del viaje y ya nos encontrábamos con uno de los platos fuertes: El Gran Cañón del Colorado. Abandonamos Nevada para entrar en el estado de Arizona y ascendimos hasta una altura de 2.000 metros (recordemos que la profundidad del Gran Cañon es de 1.7 km) por lo que el paisaje de desierto comenzó a transformarse en un bosque verde de alta montaña. La dimensión del Gran Cañón es increíble e inimaginable si no puedes llegar a verlo con tus propios ojos.
Su anchura es tal que el efecto óptico de la profundidad hace que los colores rojizos de la tierra queden atenuados, motivo por el que quizás aquella postal decepciona a alguna gente, pero para los que teníamos consciencia geográfica de lo que suponía aquella cicatriz del río en el paisaje no dejaba de ser algo maravilloso. Hicimos noche en Williams, un pequeño y acogedor pueblo de casas de madera cercano al G.C. por el que además pasaba la ruta 66.
El Monument Valley
También en el estado de Arizona se encuentra uno de los “monumentos” más fotografiados de EEUU. Nos adentramos en un territorio reserva de los indios Navajos y pronto empezamos a vislumbrar en el horizonte aquellas formaciones rocosas con esos perfiles tan característicos y caprichosos que nos recuerdan a las películas del viejo oeste. Las composiciones de estos relieves creados por la erosión y arrojados al azar sobre un manto de polvo rojo suponían una foto constante en nuestro recorrido en el jeep de los navajos. Sin duda lo meteríamos en el top 3 de nuestro viaje.
El Antelope Canyon
Seguramente el gran descubrimiento del viaje. No habíamos oído nunca hablar de él hasta que comenzamos a ver en los catálogos de viajes las fotografías de una cueva con colores rojizos, naranjas y violetas que parecían haber pasado un buen filtro de Photoshop. Se trata del estrecho paso de un río que en verano queda totalmente seco y que había que recorrer a pie y con bastante cuidado.
Una vez dentro, el sólo mirar hacia arriba y ver cómo la luz que entraba en la cueva dibujaba los colores estratificados de las rocas ya era un espectáculo en sí mismo, y para nuestra sorpresa, nuestras cámaras eran capaces también de captar todas aquellas tonalidades que había en la fotografía del catálogo. A última hora del día volvimos a subir hasta los 3.000 metros de altura para visitar el Bryce Canyon, ya en el estado de Utah: Una especie de hermano pequeño del Gran Cañón que acoge un bosque en su interior y sorprende especialmente por sus estalagmitas.
El parque nacional de Yosemite
Apenas dos días antes habíamos visitado el parque nacional de Zion, pero a los que estamos acostumbrados a cruzar Despeñaperros no nos pareció tampoco nada del otro mundo. Sin embargo el parque nacional de Yosemite ya es otra cosa.
Simplemente visitar el bosque de Sequoias ya merece la pena. La dimensión de sus troncos es descomunal y el encontrar aquellos mastodontes partidos en el suelo con las raíces al sol es cuanto menos una estampa de las que generan cierta belleza.
Gozamos de una espectacular vista del valle con “El Capitán” a un lado y la cascada al otro. Pese a que se trata de la postal más famosa del parque, la fotografía no equivale ni a la mitad de la experiencia y paz que genera el contemplarla en primera persona. Pudimos acercarnos a la catarata más alta de América del norte y empaparnos con el agua que derramaba en su salpicadura.
Disfrutamos de un picnic junto al río, sentados en troncos de árboles y rodeados de ardillas en lo que no podía ser una estampa más icónica de un bosque norte-americano. Únicamente faltó que se acercara un oso a pescar sobre las rocas.
San Francisco
San Francisco es el broche final perfecto para el viaje. Sin duda el circuito está bien diseñado cuando se deja lo mejor para el último plato. Es una ciudad que nos sorprendió por su fresca temperatura (cabe recordar que se encuentra a una latitud similar a la de Alicante) más propia de las islas británicas, por la gran cantidad de homeless que encontramos en sus calles y por ser mucho más abarcable que Los Ángeles, lo que hacía posible recorrerla a pie (al menos la zona más turística) sin necesidad de coger el coche.
Sus tranvías que aún conservan los equipamientos y mecanismos de principios del Siglo XX, aquellas calles inclinadas, las viviendas con su cierre-mirador en forma de medio hexágono (especialmente bonitas eran unas a las que habían llamado “The Painted Ladies”), el barrio chino y el barrio italiano, el barrio de Castro engalanado con los colores de la bandera arco-iris, el ambiente del fisherman warf, los leones marinos tumbados tomando el sol en el muelle 39…
Dedicamos algo más de tiempo a visitar el icónico Golden Gate (El famoso puente rojo de San Francisco) tras sorprendernos de que existe otro puente similar mucho menos conocido pero incluso más largo que éste.
Más que recomendable es la visita a la cárcel de Alcatraz con audio-guía, donde los propios presos contaban su experiencia y te dirigían por los pasillos re-creando cómo era su día a día…
Aunque el mayor acierto del viaje fue pedirle a un taxi que nos acercara a Treasure Island para contemplar el Skyline nocturno de la ciudad emergiendo sobre la bruma. Sin duda una experiencia que ha quedado grabada a fuego en nuestras memorias.
Si queréis saber como empezó todo, podéis comenzar leyendo el capítulo I. Dónde Carlos y yo nos presentamos. Haz clic aquí